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jueves, 28 de julio de 2011

¿Es la predicación ardiente por las almas un arte perdido?

snack-bar, colmados de
Han pasado siglos desde que el reformador suizo Escolampadio formuló
la frase: «¡Cuánto más harían unos pocos hombres fervientes en el
ministerio que una multitud de tibios!» El paso del tiempo no ha quitado
oportunidad a esta frase; al contrario, necesitamos hoy más que nunca
predicadores buenos y fervientes. Isaías era uno de los tales cuando le
oímos exclamar: «¡Ay de mí, pues soy hombre de labios pecadores y
habito en medio de un pueblo de labios pecadores!» Y Pablo expresaba
sus sentimientos con otro ¡ay!: «¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!»
Creo que nadie ha expresado mejor el sentimiento de la magnitud de la
tarea de un predicador del Evangelio que Ricardo Baxter Kidderminster,
de Inglaterra, cuando dijo: «Lo peor que os puede ocurrir es que
pudierais cambiar vuestros oficios por el mío; considero las tareas de los
obreros de esta ciudad una verdadera diversión, al lado de la mía; sin
embargo, yo no la cambiaría por la del más encumbrado príncipe. La
tarea de los obreros manuales preserva su salud; la mía la consume. Su
tarea es fácil, la mía es un dolor continuo. Ellos tienen horas y días de
recreo; yo apenas tengo tiempo para comer y beber. A ellos nadie les
inquieta cuando han terminado su tarea, pero yo cuanto más hago, más
odio y encono levanto contra mí.»
Baxter tenía una idea realmente novotestamentaria del oficio de
predicador, ya que, como alguien dijo de él: «Predicaba como alma
agonizante a hombres a punto de morir en sus pecados.» Una tanda de
predicadores de este calibre salvarían a su generación de las fauces
abiertas del infierno.
Podemos tener un alto porcentaje de asistencia a la iglesia, con un bajo
nivel de espiritualidad. Antes se echaba la culpa a los predicadores
modernistas, hoy la aplicamos a la televisión, y aun cuando sé que
ambas cosas son ciertas, quisiera preguntar a los predicadores: ¿No ha
llegado el momento de confesar como aquel antiguo senador romano:
«La falta, Bruto, está en nosotros»? ¿No es cierto que los grandes
predicadores se han acabado y que la predicación ardorosa es un arte
perdido? Hemos permitido que sermones de
graciosos chistes, sustituyan el mensaje de vida o muerte a almas que
están entrando perdidas cada día a la eternidad. ¿Procuramos traer en
acción «los poderes del mundo venidero» en cada uno de nuestros
cultos?
Considerad al apóstol Pablo: Poderosamente ungido por el Espíritu Santo,
entró a saco en los mercados, levantó tumultos en las sinagogas y
penetró en los palacios. Fue con un grito de guerra en su corazón y en
sus labios. Se atribuye a Lenin la frase: «Nada hay más terco que los
hechos.» Observad la verdad de esta frase en los éxitos de Pablo, y el
fracaso de la acomodaticia generación de cristianos de nuestros días.
Pablo no era tan sólo un predicador de ciudades, sino un agitador de
ciudades; y, sin embargo, aún le quedaba tiempo para hacer obra
personal, llamando a las puertas y orando por las almas perdidas por las
calles.
Los artistas de ayer son hoy nuestros evangelistas. Conozco a un
evangelista de fama que rehusó un contrato de cuatro sermones de
cultos especiales a 500 dólares por sermón. No es extraño que un pastor
modernista dijera que estos evangelistas «lloran en el pulpito cuando la
paga es suficiente»; pero, ¡ay!, ¡lo cierto es que llorarán como Judas
cuando sea demasiado tarde! Los endebles auditorios ¿significarán
pulpitos algo más que débiles?
Estoy más y más convencido de que las lágrimas son una parte
integrante del despertamiento por medio de la predicación. Hermanos
predicadores, es tiempo de avergonzarnos de que no tenemos vergüenza;
tiempo de llorar nuestra falta de lágrimas; tiempo de humillarnos
reconociendo que hemos perdido nuestra característica de servidores;
tiempo de gemir por nuestra falta de gemidos por las almas;
tiempo de odiarnos a nosotros mismos porque no odiamos del modo
debido al monopolio de Satanás que es este mundo; tiempo de
reprobarnos el que nos portemos tan bien con el mundo, que el mundo
no tiene motivos para tildarnos de fanáticos.
Pentecostés significa pena, y nosotros tenemos placer; significa carga, y
nosotros deseamos la comodidad. Pentecostés significa cárcel, y nosotros
lo haremos todo antes de entrar en una cárcel por amor de Cristo. Quizá
si viviésemos la vida de Pentecostés, más de uno de nosotros tendría que
ir a la cárcel. Fijaos que digo Pentecostés, no Pentecostalismo, y con esto
no pretendo criticar a nadie.
Imaginaos el Pentecostés novotestamentario en nuestra iglesia. Figuraos
que poseéis el poder sobrenatural que tenía Pedro, y por vuestra culpa,
por haber reprendido a un hipócrita, éste cae muerto, y poco después su
mujer yace tan tiesa como él. ¿Cómo lo tomarían las autoridades de
nuestros días?
O figuraos que, como Pablo, dejáis ciego a un opositor con una palabra.
Seguro que se os haría un proceso judicial. En cambio, el simple
menosprecio del mundo que tiene lugar contra cualquier tipo de
movimiento religioso es más que lo que nuestros sensitivos caracteres
son capaces de sufrir.
Apelo de nuevo, como al principio de este capítulo, a una predicación
seria y digna. El diablo quiere que nos ocupemos en frivolidades. Muchos
de nosotros que preconizamos la «vida consagrada» nos entretenemos en
cazar ratones
No sé lo que ocurrió mientras Pablo estuvo en Arabia. No he podido
encontrarlo en la Biblia. Nadie lo sabe.
Parece que tuvo una visión del nuevo cielo y nueva tierra del futuro, y
sobre todo del Señor. No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que
conmocionó el Asia, puso en un aprieto a los judíos y afrontó el poder de
los romanos, enseñó a los maestros y puso de rodillas a carceleros. Este
Pablo y su compañero Silas dinamitaron los muros de una cárcel romana
—con oración— y pusieron a sus órdenes a orgullosos jefes militares.
Pablo, el esclavo de Jesucristo, el alma más endurecida que Dios pudo
alcanzar, conmovió provincias enteras de tres continentes para Dios.
Movió «los poderes del mundo venidero», desafió a Satanás; nos
sobrepasó a todos en sufrimientos, en desprecios y en oración.
Hermanos, otra vez de rodillas a recuperar la piedad apostólica y el
poder apostólico. Basta de sermones inocuos y sin vida.
La Iglesia se ha detenido en algún lugar entre el Calvario y Pentecostés.
J. I. Brice
¿Cómo me sentiré en el juicio cuando desfilen ante mí innumerables
oportunidades perdidas, y todas mis excusas se descubran ser disfraces
de mi cobardía y orgullo?
Dr. W. E. Sangster
¡Oh fuente de Vida, oh lluvias de Gracia Que nadie esperó de veras y
jamás alcanzó!
Tersteegen
Despertamiento es la irrupción del Espíritu en un cuerpo en peligro de
convertirse en cadáver.
D. M. Panton
Un despertamiento religioso presupone una división en una Cristiandad
fría.
C.
G. Finney
mientras leones destruyen la heredad.

Se necesita un profeta para predicar a los predicadores

¡Que el Señor nos envíe profetas! - Leonard Ravenhill


Una mirada a la iglesia hoy día nos hace pensar cuánto tardará un Dios Santo en cumplir su amenaza de vomitar esta Laodicea de su boca, pues si en algo están de acuerdo los comentaristas del Apocalipsis es que nos hallamos en la era de Laodicea en cuanto a la Iglesia.

Cristo es ahora «herido en la casa de sus amigos». El santo Libro del Dios viviente sufre más ahora de sus expositores que de sus opositores.

Sólo la Iglesia puede «poner límites al Santo de Israel» y hoy día lo hace con extraordinaria habilidad. Si hay grados en la muerte, entonces la peor muerte que conozco es predicar acerca del Espíritu Santo sin la unción del Espíritu Santo.

Debemos trazar, o sea, exponer bien la Palabra de Verdad. El texto: «He aquí yo estoy a la puerta y llamo» (Apocalipsis 3:20) no tiene nada que ver con los pecadores. Aquí encontramos el trágico retrato de nuestro Señor a la puerta de su iglesia laodicense tratando de entrar. Imagínatelo. En la mayoría de reuniones de oración el texto que más se emplea es: «Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos»; pero con demasiada frecuencia El no está en medio, sino a la puerta. Cantamos sus alabanzas, pero rehusamos su persona.

¡Oh creyentes en bancarrota, ciegos, y todavía alabándose de sus virtudes! Estamos desnudos y no nos damos cuenta de ello; somos ricos (nunca había tenido la iglesia mejores equipos que ahora), pero somos pobres (nunca había tenido menos unción espiritual que al presente). No tenemos necesidad de ninguna cosa (y, sin embargo, nos faltan casi todas las cosas que caracterizaron a la iglesia apostólica). ¿Puede El estar «en medio de nosotros» mientras nosotros mostramos sin ninguna vergüenza nuestra desnudez espiritual?
¡Oh, cuánto necesitamos el fuego! ¿Dónde está el poder del Espíritu Santo que rinde a los pecadores?


Los grandes predicadores hacen famosos los púlpitos, los profetas hacen famosas las prisiones. ¡Que el Señor nos envíe profetas, hombres terribles que alcen la voz y no callen, lanzando ungidos ayes sobre naciones corrompidas hombres demasiado ardientes para ser aceptados, demasiado duros para ser oídos, demasiado justicieros para ser tolerados! ¡Estamos cansados de hombres adornados con vestidos suaves y suave lengua, que usan ríos de palabras con unas gotas de espiritualidad, que saben más de competencia que de consagración, y de promoción que de oración! ¡Pastores que sustituyen la propagación por propaganda y se cuidan más de la diversión de la iglesia que de su santidad!

del libro de Leonard Ravenhill "Por qué no llega el avivamiento"